miércoles, 18 de junio de 2014

La libélula y la mariposa


Un día, una pequeña mariposa se encontró con una libélula. 
—¿Por qué no ser amigas?—Pensó ella. Sin embargo, todos  creían que aquello no funcionaría, cómo una libélula y una mariposa podrían ser amigas. Impensable, seguro que la libélula tenía algún tipo de interés oculto. Quizás, quería sus preciosas alas del color del zafiro ribeteadas en negro, con ellas podría volar mucho más lejos y sería la envidia de todo aquel que las viera, pues, sus pequeñas alitas no le permitían alcanzar ciertos lugares. 

Ignorando las voces que murmuraban y acusaban sin cesar aquella peculiar relación, volaban juntas visitando las flores más suculentas e ingiriendo su delicioso polen. Cada día amanecía para ellas un nuevo universo de formas y colores para los sentidos que ambas disfrutaban.

No obstante, una mañana llegó la tormenta y la libélula sintió que sus alas no podrían aguantar el peso de las gotas de lluvia. Entonces, su amiga la mariposa le dijo «No te preocupes, yo estaré a tu lado, si tú no puedes volar, yo tampoco lo haré». Y ella le contestó: «Pero, ¿de qué sirve que ninguna pueda volar? Vuela, pequeña mariposa, sé libre. Por mí, por las dos. Y la mariposa le dijo: «Antes, volar no significaba nada para mí, tú has hecho que tenga sentido, que pueda disfrutar cada mañana al despertar con lo que la naturaleza nos ofrece. Si no puedo volar contigo, no lo haré con nadie más». 

En ese momento, un fuerte lazo se estrechó entre las dos, mariposa y libélula. Ahí fue cuando comprendieron el verdadero valor de la amistad. Y es que, ¿de qué sirve volar si no tienes a nadie con quien poder disfrutarlo?


María Gomariz Calvo